jueves, 26 de febrero de 2009

Miedo escénico

Una situación, fue la que originó el miedo que tengo a las cenas en casas mis enamoradas... Era la primera vez que entraba a la casa de una chica a conocer a sus padres. Yo tenía 19 años y ella 16. Al comienzo todo estaba controlado, ya sabían de nuestra amistad y siempre aparenté ser buen chico. Una cena era la situación perfecta para una conversación, no recuerdo que comí ya que empecé a sentir vacíos en el estómago, además inicialmente todo era silencio, recuerdo a su papá frente a mí, Kendra al lado derecho mío, su mamá al lado derecho de su papá y las hermana entre Kendra y su papá, era una mesa circular, por tanto su mamá estaba al lado izquierdo mío. Luego de la entrada y mientras servía el plato de fondo, parecía un almuerzo, la señora, Julieta, me preguntó a lo que me dedicaba, asumo que simplemente fue para romper el hielo, Kendra me contaba de los interrogatorios que a lo largo de nuestra amistad era sometida por sus padres. Me sudaban las manos y me sentía recontra avergonzado, pero empecé a contar un poco de mi vida, me ayudo mucho el haber estudiado en un colegio de curas, aunque soy un pésimo cristiano, y el estar a punto de terminar una carrera siendo bastante joven aún. La conversación estaba entretenida y pensé que su papá, el cual participaba muy poco de la conversación, sería netamente espectador, hasta que puso un vino en la mesa y pidió un brindis, luego otro, otro , otro , otro y otro, envió a dormir a sus hijas, la señora lavó los servicios y Kendra se fue a darse una ducha, en eso el señor, de nombre Andrés, me preguntó: ¿usan preservativos o le das pastillas?... entré en pánico, no sabía que decir ya que se suponía que no hace más de una semana habíamos empezado como enamorados. Empecé a temblar, me deshidrate con todo lo que sudé y no me quedó más remedio que mentir, los borrachos también mienten, me hicé el indignado y el respetuoso. Andrés no me creyó pero me dejó ir, empecé mi relación con sus padres cobardemente, lo consideré necesario.
El tiempo delataría lo mentiroso que fuí, aunque esa es otra historia. Tuve muchas cenas, almuerzos y desayunos en dicho hogar, más nunca le conté a Kendra lo que me preguntó Andrés, eso sí, le seguí comprando sus pastillas.